Volví a posar mis labios en los suyos, pero esta vez fue muy distinto. Fue
un beso que valía por seis años, un larguísimo instante en el que sus labios
cobraron vida bajo los míos y saboreé en ellos la naranja y el deseo. Sus
dedos se enredaron en mi pelo y luego se anudaron en mi nuca, vivos y
frescos sobre mi piel tibia. Me sentí salvaje y manso, hecho jirones y
completo al mismo tiempo. Por primera vez en mi existencia como ser
humano, mi mente no se separó de mis sentidos, no se puso a componer
la letra de una canción o a memorizar la situación para reflexionar más tarde
sobre ella. Por una vez en mi vida,
estaba allí,
solo allí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario