Esa noche las kores sentirían miedo, en ocasiones terror. Oirían cosas,
sonidos de la cueva, murciélagos y otros animales, algunos reales y otros
creados por su imaginación. Sentirían hambre y sed. En algunos momentos
tiritarían de frío y en otros quedarían dormidas, pero constantemente
notarían la espalda reconfortante de su compañera. Vivieran lo que vivieran
en aquella noche, lo vivirían juntas.